Ni Republicano ni Demócrata.

✍️ por Wilfredo Domínguez English

Hasta el 2024 me consideraba un votante independiente, pero en lo que sentí como una evolución natural, ese año terminé registrándome como Demócrata. Todo empezó alrededor de 2009. La presidencia de Barack Obama, que al principio inspiraba esperanza y cambio, terminó siendo el escenario donde empecé a notar el creciente extremismo del Partido Republicano. ¿Recuerdan aquella archifamosa frase: Espero que fracase...Cuanto más se oponían los republicanos al progreso, más me inclinaba yo hacia los demócratas — no porque fueran perfectos, sino porque al menos no saboteaban activamente al país. A decir verdad, el Partido Republicano no solo me empujó hacia la izquierda: me empujó a patadas.

Un sistema bipartidista en caída libre.

Y nos están arrastrando con ellos — a toda velocidad.

El Partido Republicano ha sido una fuerza frustrante durante años. Se ha convertido en el partido de la inacción, la división y, en el peor de los casos, en el que agrava los mismos problemas que finge combatir.

Dicen, por ejemplo, que son el partido de todos los estadounidenses, pero cuando aparecen anuncios dirigidos a jóvenes —en su mayoría no blancos— para que jueguen bingo en sus teléfonos en lugar de repartir periódicos o trabajar durante el verano en un restaurante de comida rápida (Zombis devoradores de cerebros), los republicanos parecen conformes con ignorar el daño —o peor aún, lo fomentan. Su retórica funciona como una cortina de humo para justificar la inacción, mientras priorizan los intereses corporativos por encima de las soluciones reales. Una cosa es ignorar un problema; otra muy distinta es empeorarlo activamente.

Los Demócratas, por su parte, guardan silencio, como si el problema ni siquiera existiera. Son igual de frustrantes, pero a su manera. En términos generales, el partido adopta un lenguaje más progresista, sí, pero su compromiso con un cambio real a largo plazo es tibio. Es como si a los demócratas les importara en teoría, pero cuando se trata de actuar o de abordar las raíces de los problemas sistémicos, el avance es lento e insuficiente. Hablan mucho, pero a la hora de la verdad, no cumplen.

En pocas palabras: los Demócratas acusan a los Republicanos de estar desconectados de la vida del estadounidense común. Pero esos mismos Demócratas parecen vivir en otro planeta. De hecho, las elecciones más recientes dejaron algo claro: los Demócratas ni siquiera entienden a su propia base.

Resumiendo, parece que estadounidenses, republicanos y demócratas hablan idiomas completamente distintos.

De independiente a demócrata

Cuando me afilié oficialmente al Partido Demócrata el año pasado, estaba convencido de que ofrecerían el liderazgo audaz que este país necesita para enfrentar sus problemas más profundos —problemas que los Republicanos parecen más que felices de ignorar. ¡Qué equivocado estaba!

Los Demócratas, aunque no sean tan abiertamente destructivos como los Republicanos, tampoco están ofreciendo un camino claro hacia el futuro. De hecho, están atrapados en el típico pantano político de Washington, donde hacer lo correcto queda en segundo plano frente a la lucha por el poder y la necesidad de complacer a los donantes.

Así que aquí estoy, en la cuerda floja, considerando seriamente volver a ser independiente. Mi problema principal es que no quiero ser parte de un sistema que permite que estos dos partidos sigan jalándose los moños mientras nosotros — esa masa amorfa que ellos, con sarcasmo, llaman el pueblo americano — pagamos las consecuencias de su fracaso.

Ambos lados prometen mucho, pero cumplen poco. El bingo en el celular es solo un ejemplo entre muchos donde ambos partidos han fallado. Y si miramos el panorama general, la inercia frente a temas como el cambio climático, la salud pública y la reforma económica lo dice todo.

¿Por qué el sistema político estadounidense nos está fallando así?

Este sistema político que alegremente elegimos y apoyamos falla porque, en esencia, está diseñado y operado por personas cuyos intereses son profundamente egocéntricos y desconectados de las necesidades reales de la sociedad. La corrupción, la falta de transparencia y la influencia desmedida de Lord Power y Mister Dollar convierten la política en un juego de élites, en lugar de un mecanismo de servicio público.

Además, los sistemas electorales y legislativos están construidos para perpetuar el statu quo y no fomentan cambios genuinos.

Cuando las instituciones dejan de representar los intereses populares y se convierten en herramientas de unos pocos, la democracia se vacía de significado y la desconfianza se convierte en norma.

Todo lo que he mencionado hasta ahora —las jugarretas políticas, la inacción, la desconexión entre los partidos— es solo la consecuencia directa de un problema más profundo: el poder no solo permite que la educación sea un desastre, sino que necesita que lo sea.

Un sistema educativo deficiente no es un fracaso accidental: es una estrategia deliberada. El Poder necesita votantes que no piensen críticamente, que no cuestionen el sistema ni exijan cambios reales; votantes maleducados para ser dóciles y manipulables.

Quienes mandan entienden que un votante bien educado es una amenaza para su control —por eso se aseguran de que la educación siga en ruinas.

Rompiendo con la trampa bipartidista.

Esto no se trata de pesimismo ni de rendirse ante el progreso —se trata de aceptar que el sistema bipartidista nos está fallando. Ninguno de los dos partidos está tomando las decisiones audaces que realmente necesitamos para enfrentar los desafíos de este siglo.

Y, sinceramente, si ninguno está dispuesto a sacudir el sistema de raíz, quizás ya es hora de que tú, yo y muchos más empecemos a exigir una rendición de cuentas real.

No se trata de llenar el país de partidos. Los sistemas con catorce partidos no han demostrado ser más efectivos que nuestro sagrado sistema bipartidista.

El cambio real no vendrá de cambiar un color por otro. Vendrá cuando dejemos de permitir que el poder reine sin control —y empecemos a exigir un sistema que, por fin, nos sirva a nosotros.


Este ensayo no pretende dar respuestas fáciles, pero sí hacer preguntas incómodas. Si algo de lo dicho aquí te hizo pensar —o dudar—, ya es un buen comienzo.

💬 ¿Tú también sientes que el sistema te falla? Comparte tu experiencia en los comentarios o, mejor aún, comparte esta reflexión con alguien que todavía cree que todo está bien.